CORE y Cindy Barascout

Los desafíos y oportunidades que cuentan la historia de una yogui escritora guatemalteca.

Mi nombre es Cindy Barascout y estoy aquí para ser y hacer cosas grandes, para sembrar y nutrir semillas que han sido sembradas. Como guatemalteca y mujer latinoamericana busco poner en alto a nuestro país y tierras, y darle voz a quienes no han tenido voz por mucho tiempo. Mi nombre es Cindy y estoy aquí para ser y hacer lo mejor posible en cada momento, para mi y desde mi para el mundo entero.

Hola, mi nombre es Cindy Barascout y nací en Guatemala. Comencé mi travesía con el yoga así como suceden las mejores cosas en la vida: sin esperarlo. Recuerdo haber estado en búsqueda de algo que me conectara con mi ser más auténtico, razón por la cual decidí irme de Guatemala y viajar a Buenos Aires para estudiar Periodismo. Dejé atrás lo que era en ese momento mi vida: mi carrera en Administración de Empresas en una universidad de prestigio en mi país, mi carro, mis amigos, y básicamente mi vida tal cual la conocía y me dejé a mi misma tal cual la gente y yo misma me conocía. 

Nunca pensé que esta mudanza y mi carrera universitaria me traería también a mi otra pasión: el estudio y la práctica del yoga. Un día en marzo de 2011, una amiga me llevó a una clase de yoga en una escuela de yoga tántrico y tradicional en Palermo Soho, llamada Método de Rose. Pensé que sería igual que las otras clases que ya había tomado y me aburriría. Pero esta vez fue diferente y me sorprendió porque sentí el cambio inmediatamente. Era una clase de Swasthya: permanencia de posturas, respiración y visualización para activar y dirigir del kundalini a través de la tecnología corporal, y por ende mental, emocional y espiritual. Sentí que diferentes partes de mi interior se ajustaron al unísono y fue la primera vez en mi vida que contemplé lo que sucedía dentro de mi mente. Fue la primera vez que observé pensamientos obsesivos, compulsivos, de miedo y ansiedad; y la primera vez en ser testigo de una desconexión constante con el momento presente y por ende, la raíz de esta inquietud que me llevó a buscar respuestas.

En mi adolescencia, como muchos de nosotros, me había mantenido en la superficialidad de la realidad y no era consciente de muchos patrones, causalidades y poderes espirituales que dormían en mi. Ahora veo que la decisión que tomé para acceder a estas partes de mi fue cuando busqué un cambio y decidí tomar un paso de fé al mudarme a un país del cual nunca había ido y sabía muy poco, una carrera de la cual muchas personas me decían que no tenía futuro en mi país puesto que a -los periodistas los mataba el gobierno o los carteles-. Lo único que yo sabía era que quería escribir y no me importó, y viajé a Buenos Aires donde aprendí a escribir y viví durante 4 años.

Entre muchas experiencias que tuve en esa ciudad tan increíble y llena de vida que no compartiré en este momento, el yoga fue una de las cosas que más me marcaron y con las cuales más me comprometí en mi estadía en Argentina. Me sentí muchas veces sola y vacía, pues todavía me estaba encontrando. Comencé a escribir mi primera novela El libro que salvó al mar en el 2007, y después de muchos años de dispersión, sentí que la meditación y el yoga me ayudaban a enfocarme en lo que quería traer a la tierra y finalmente pude darle rienda a las cosas que realmente amaba. Podría decir que solía ser una persona que postergaba ciertas cosas, pero dejé de hacerlo y comencé a hacer lo que quería en el momento que lo sentía, y comencé a ver cómo avanzaba hacia mis sueños.

Mi compromiso con la escuela de yoga el Método de Rose llegó a tal punto que me ofrecieron ser parte del equipo de maestros e impartir clases en la escuela. Fueron casi 3 años de ir todos los días, hasta 3 horas por día, estudiando con libros, talleres y clases, la comunidad de personas con las cuales iba también fueron un factor importante de mi entrega a este nuevo conocimiento ancestral que despertó muchas cosas en mi interior. Y aunque viví momentos muy tristes, de separación en relaciones, soledad y ansiedad social, comencé a darme cuenta de patrones y de sentimientos muy profundos que yacían en mi. Pero en este momento contaba con algo que antes no: ahora tenía herramientas de las cuales podía ser yo misma y explorar dentro de un espacio seguro lo que estaba atravesando. En el 2014, me faltaban aún como 3 años más para graduarme como maestra e instructora del Método de Rose, pero algo me decía que era momento de irme de este país y gran ciudad, envolverme más en la naturaleza y cerca del agua, y fue cuando decidí mudarme a la isla Utila, Honduras. 

Fueron 2 meses los que viví frente al mar y buceaba todos los días, ya que desde los 12 años había comenzado con esta actividad que me atraía con locura. Era algo que hacíamos con mi familia: cada año nuevo nos íbamos a un diferente destino a bucear, estar en la playa, leer y disfrutar. Decidí que era el momento de llevar mi carrera como buceadora al siguiente nivel y aprovechar para terminar mi novela en el ambiente adecuado. Entonces me convertí en Dive Master y me dediqué a escribir. Todos los días a las 6 am me despertaba y caminaba hacia el centro de buceo en el cual estudiaba. Descubrí que el buceo y la meditación eran y siguen siendo lo mismo: me encontraba inmersa dentro de un contenedor infinito, respiraba lento y profundo, y mientras mejor respiraba, menos energía requería para estar bajo el agua y podía quedarme más tiempo. Apenas me movía con los brazos y piernas, pero con respirar controlaba mi flotabilidad y dirección. La clave era convertirme en un pez más, en dejar de ser yo y convertirme en un ser invisible dentro de este nuevo mundo. El silencio del plano terrestre y los sonidos del océano expandían mi presencia en el cuerpo y dentro del mundo mismo. Tuve la suerte de escuchar las canciones de delfines y el eco de lo infinito que rebotaba en mi corazón. Descubrí que mientras más capas descendía dentro del mar, requería de un tiempo para que el cuerpo se adaptara y ecualizarla a cierta presión y capa de profundidad. Lo mismo ocurría con la meditación: iba accediendo a capas y capas de profundidad las cuales iba trascendiendo cuando lograba integrar por completo lo que esa capa tenía para enseñarme y mostrarme. Fueron en esos momentos de conexión completa bajo el mar que he vivido los mejores momentos de mi vida y fue la fuente de creación e inspiración para terminar con mi primer éxito El libro que salvó al mar. 

Luego estuve en México unos meses y a pesar de que la escritura era lo que más quería hacer, el yoga seguía llamándome y supe que tenía talentos y dones internos que se manifestaban a través de este camino. Entendí que era algo que podía hacer paralelamente a escribir y que el yoga me permitía irme adentrando en mi misma para justamente sacar y expresar lo que mi corazón quería transmitir a través de las letras y narrativas que más me gustaban: el misterio policial, ficción y la unidad de diferentes puntos de vista en un momento y espacio específico de la historia. Era momento de continuar y decidí irme a Costa Rica a tomar un Teacher Training de 200 horas para comenzar a dar clases y hacerme una vida con ello. Pero no fue suficiente, quería más. Dos años después de moverme entre Guatemala y México, como freelancer de social media y creación de contenido para algunas marcas, decidí que era momento de irme a Indonesia e India y experimentar por mi misma lo que era el yoga en realidad.

Si quieres saber más acerca de mi viaje a la India, puedes leer mi segunda novela El Juego de los Cristales, pues dentro de la narrativa de esa novela, se refleja lo que fueron esos seis meses y los seis meses siguientes de volver de mi viaje. Me gustaría decir que fue un viaje sumamente divertido y fácil, aunque realmente mi escritora interna no hubiera estado satisfecha con -divertido y fácil-. Porque no lo fue. Fue un viaje muy difícil por momentos ya que parte de la razón por la cual viajé a tan remoto lugar, lejos de todo, fue porque justamente sabía que habían partes de mi que requerían una completa contemplación, transformación, integración y por ende, el encuentro con las partes más oscuras de mi ser. Decidí -morir- y renacer. El día que llegué a Indonesia, me rapé el pelo. Todavía recuerdo a la mujer que me pasó la máquina pues no podía creer lo que le había pedido. -¿Estás segura?, me preguntó por tercera vez. -Sí, dije con completa certeza. La verdad que no fue una decisión difícil pues no tenía ningún apego con mi cabello, más bien era algo simbólico que necesitaba para realmente comenzar desde cero. Y así comenzó mi viaje: sin género, sin expectativas, sin nombre, sin historia. Tuve la dicha de encontrarme con personas que me acompañaron, y entre ellos, un gurú en los Himalayas, perteneciente a los Naga Sadhus que viven sin posesiones y se dedican a meditar y compartir sus conocimientos oralmente a quienes consideran merecedores de. No sé exactamente lo que él vio en mí, pero yo sí sé lo que yo vi en él: una paz y presencia infinita en su mirada y sonrisa, y me sentí inmensamente honrada al ser acogida como su discípula por estos meses. 

Después de 6 meses de un viaje interior y exterior muy intenso, regresé a Guatemala, y lo primero que hice fue darle rienda a mi carrera como periodista y escritora y comencé a trabajar como periodista de investigación para un medio que en su momento indagaba casos profundos de derechos humanos, sociales y políticos bajo una perspectiva que me gustaba. Fue en estos momentos de investigación que entendí que parte de la novela que ya estaba tomando forma, El juego de los Cristales, debería de estar apoyada con el contexto sociopolítico de mi país Guatemala. Lo que más me movía era la ignorancia de ciertos grupos de poder con el apoyo del gobierno, que por pensar a corto plazo, explotaban tierras sagradas mayas, saqueaban minerales para exportación y las riquezas de nuestro país eran prostituídas, abusadas y simplemente deshonradas por pura ignorancia y ego. Con el tiempo decidí dejar de sufrir por tanta injusticia, y dedicarme a ser y hacer lo mejor que puedo para crear nuevas realidades dentro un mundo que me parecía y me sigue pareciendo viejo y contraproducente para el potencial humano que yace dentro de cada uno de nosotros.

Llámenme comunista si es que prefieren, pero yo más bien veo las cosas objetivamente y entiendo que el balance que necesita Guatemala es una apreciación cultural y ambiental mucho más profunda y lo necesita ya. Llámenme anarquista o hippie por haber salido de la ciudad y crearme una vida fuera del sistema podrido en el que todos estamos sujetos, especialmente dentro de la ciudad. Pero yo me llamo rebelde con causa, me llamo iniciadora de un camino propio que me hace sentido y por ende vivo mi verdad con coherencia y respeto, me llamo artista porque vivo mi vida bajo mis propias reglas y por lo que más amo en la vida. Soy artista de mi propia existencia. Sé que tengo una visión y que muchas personas comparten esta visión: la esperanza que las cosas cambien, que el sistema sea uno más integrado y que la equidad de riquezas, salud y educación encuentre un lugar en el cual TODOS los guatemaltecos sean beneficiados. Llámenme como quieran, yo me llamo valiente y visionaria, y prefiero dejar un legado a las actuales y siguientes generaciones que están preparados para vivir la vida de sus sueños que a vivir una vida normal cuando la normalidad claramente está enferma y causa destrucción interna y externa. 

Fue por esa razón que fundé Core Yoga en el 2017. No me identificaba con ningún otro estudio y sabía que así como yo, muchos desajustados sociales serían beneficiados de mi propio espacio en el cual personas afines se sentirían cómodas, y lo más importante: poder practicar yoga y meditación con el fin de conectar con su ser auténtico y vivir vidas más auténticas. 

Mientras ejercía como periodista, una amiga me llamó a visitar un espacio artístico, cultural y gastronómico en zona 10 de la ciudad de Guatemala que se llamaría Mil y Una noches. Era perfecto pues era un proyecto que sólo tardaría 3 años o 1001 noches, y mi alma inquieta no se quería comprometer a quedarse para siempre en la ciudad de Guatemala. Fue por eso que accedí a crear un espacio de yoga dentro de este proyecto en el cual me sentía inspirada y expandida. No podría haberlo hecho en otro lugar puesto que todo tenía que estar en armonía y alineado. Y así sucedió. Con muy poco esfuerzo ya tenía mi logo, mi marca CORE (sabía que Core significaba lo más profundo y el centro de mi ser: el lugar y el espacio desde donde quería vivir la vida). Y ¿por qué no invitar a los demás a hacerlo también? De cierta manera confié en que las personas (aunque no supieran expresarlo con claridad) vendrían con la misma inquietud con la cual yo inicié mi camino de yoga y podrían encontrarse a ellos mismos en él. Y así fue, por casi ya 6 años de haber iniciado esta marca, he compartido con más de 3,000 personas de todos lados del mundo, y la plenitud de nutrir y darle espacio a una semilla ya puesta en ellos mismos con la intención del cambio me hace saber que estoy en el camino correcto.

Pero no todo es alegría y gracia. Iniciar una marca y negocio es mucho trabajo y tuve la suerte de contar con un equipo de trabajo espectacular que me dio el empuje y las herramientas para hacerlo posible. Pero el esfuerzo físico, mental y emocional es uno constante y mi vida personal se vio comprometida en muchos momentos. A pesar de hacer y ser el enfoque de mi compañía el yoga, la meditación y el bienestar, me tocó lidiar con muchas cosas que a los emprendedores no nos encantan: aspectos legales, bancarios, sociales, etc. Pero nada fue tan difícil como lo fue a finales del año 2019 (después de 2 años de haber iniciado CORE y la plataforma www.universocore.com), ya que el proyecto Mil y Una noches cambió a ser un espacio de eventos sociales y producción de fiestas. Lo que una vez fue un espacio gastronómico, cultural y artístico, de nuevo fue amenazado por la búsqueda a corto plazo del dinero rápido y masivo. Una vez más nuestra Guatemala (por más pequeño que fuera este espacio dentro de su totalidad), había mostrado que la sed y hambre del artista latinoamericano en convivir y colaborar en espacios afines, para encontrar una voz y vida en estos movimientos vitales dentro de una sociedad, no era más importante que sólo negocios y recuperar la inversión a cualquier costo. Fue entonces que decidimos que era momento de ir un paso más, tener más independencia y transformar el estudio de yoga en algo más holístico, de Core Yoga a Core House. Encontramos una casa muy grande en zona 15 para poder integrar masajes y terapias, un restaurante, una tienda de productos y una librería; y lo más importante: contar con un espacio que como guatemalteca siempre quería que existiera. Estos últimos meses antes de marzo 2020 (cuando el país cerró gracias a COVID 19), fueron unos meses en los cuales experimenté lo que muchos otros han experimentado: un estado de estrés, ansiedad y de estar quemada por tanto trabajo. 

El término burned out es uno que muchos emprendedores y hasta dueños y dueñas de estudios de yoga o marcas holísticas experimentan. Yo lo viví y fue de las cosas más difíciles que he vivido, puesto a que mi vida personal no era mi prioridad: debía crear este espacio CORE HOUSE y darle vida en el 2020, no sólo para recuperar la gran inversión que habíamos hecho, sino también para darle continuidad a los últimos casi 3 años de constante trabajo y posicionamiento en el mercado.

Puedo decir que el COVID llegó en el peor y mejor momento de mi camino como fundadora de CORE. No tuve otra opción más que cerrar Core House por las leyes emitidas por el gobierno, dejé mi apartamento que alquilaba y decidí pasar la cuarentena en casa de mis padres, fuera de la ciudad y entre la naturaleza. Fue la mejor decisión que tomé, puesto que una parte mía quería seguir luchando, dar clases y ver de qué manera sostener lo que por tanto tiempo había sostenido. Pero era momento de pensar en mí y no en CORE, y fue por ello que decidí tomarme unos meses para recargar mis energías y nutrirme antes de pensar en dar a mis clientes y estudiantes. Fue una decisión muy difícil porque eso significó vender mis acciones de la empresa con mi socio de ese momento, desapegarme de CORE y pensar en mi misma como persona y humana, antes de ser empresaria y maestra. 

Esos 7 meses, desde marzo a septiembre del 2020, me dediqué a terminar El Juego de los Cristales, reordenar mi vida, descansar y entender por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo. De cierta manera me había perdido en el rat race de la ciudad, en la cual sólo trabajaba y trabajaba, competía con otros, y hacía las cosas que condicionaban mi paz, salud y felicidad. Comencé con el proceso de edición de la novela con Sophos (que tardó aproximadamente otro año antes de ser publicada) y decidí que quería mudarme a Lago Atitlán y que era el momento de hacerme feliz. Confié que a pesar de no saber que pasaría luego, las cosas tomarían un rumbo positivo y que todo mi esfuerzo caería por su propio peso.

En octubre de 2020 me contrataron para manejar la agenda de wellness y yoga en The Yoga Forest, San Marcos, Atitlán, un centro de retiros inmerso en el bosque. 15 meses después (hoy), entendí que esos 15 meses de mucho trabajo también fueron un retiro personal que la vida me dio ya que después de tantos años, finalmente tenía tiempo y energías para ser estudiante de yoga (no sólo maestra), lo cual es sumamente importante para cualquier persona que comparta su práctica con otros, pues el aprendizaje nunca termina y la innovación y la evolución activa constante es vital. Esto desbocó una serie de cosas en mi interior que nunca pensé que existían. Mi chakra del corazón se abrió y desbloqueó completamente, lo cual me brindó una conexión profunda con el cosmos y mi propia presencia. Comencé a escribir mi tercera novela Red 333 que publicaré en el año 2023 y me encuentro en proceso de publicar mi primer libro de yoga El Método del Libre albedrío a través de mi propia casa editorial Loba Venado, con la intención de producir y curar literatura con enfoque en la cultura maya, espiritualidad y metafísica de y desde Guatemala y latinoamérica para el mundo entero. Siento que finalmente todo toma sentido puesto que el yoga y la escritura se han fusionado en mi vida. 

En este año 2022 me siento muy entusiasmada porque logré comprar las acciones de CORE y con mucho más experiencia, madurez, herramientas y visión, estoy de vuelta con una sóla misión: enfocar mi poder, y por ende, compartir con quienes busquen acceder a esta habilidad de alineación en un estado de gracia para atraer lo que se busca y enfocar su poder hacia sus más grandes y salvajes sueños. 

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